dimarts, 18 d’agost del 2009

Años atrás

Por: Alfredo Molano Bravo
HACE 40 AÑOS —DÍAS MÁS, DÍAS MEnos, qué más da—, antes de la caída del Muro de Berlín, antes de la caída de Saigón en manos del Viet-Minh, antes del robo de la espada de Bolívar, antes de los acuerdos de La Uribe, y cuando todavía Marta Traba —menuda, bonita, seductora— daba conferencias en el MAM y Jorge Zalamea iracundo leía El sueño de las escalinatas en el Teatro el Colón, donde aún el Maestro Olav Roots dirigía la Sinfónica de Colombia, sucedieron los hechos.

Kennedy acababa de ser asesinado en Dallas y el Che dirigía el Banco Nacional de Cuba; en ese tiempo —hace ya tanto tiempo— leíamos a Marx, leíamos a León de Greiff, y algunos leían a Sartre, traducido por Jorge Orlando Melo, y otros pocos estudiaban a Hegel. Guillermo Hoyos todavía oficiaba y leía a Kant; Darío Mesa estudiaba a Weber y Estanislao Zuleta se emborrachaba con Mario Arrubla en El Cisne. Digo, en esos días, los anaqueles de la Librería Buchholz y de la Librería Nacional vivían repletos de libros, libros importados de Argentina y México, y algunos, unos pocos, de España. Gaitán Durán no había muerto y la revista Eco salía con regularidad. Tercer Mundo editaba los libros de José Gutiérrez.

El cine Coliseo exhibía lo mejor de la Nueva Ola francesa y del neorrealismo italiano. En ese tiempo, digo, El Catolicismo publicaba un índice de películas prohibidas “para todo católico”, argumento suficiente para invitarnos a los adolescentes a gozar con Brigitte Bardot y Claudia Cardinale. Muchos “recuperábamos” libros en las librerías de moda, unos para leer y otros para vender en los quioscos de la carrera décima. Alguna tarde, entré a la Buchholz y me embolsiqué Mi vida, de Trotsky; ¿Qué hacer?, de Lenin, y El Capital, de Marx (sólo el primer tomo, en honor a la verdad). De paso me eché otro al bolsillo: el Manual de Farmacología, de Kuschinsky y Lüllmann. Salí cargado pero temblando. Dos cuadras adelante, cuando ya coronaba la carrera séptima, me cayó la Policía con el señor Buchholz: me esculcaron y a la estación de Policía de Germania fui a dar: reseña, interrogatorio, detención preventiva por hurto. Unas horas y oí a mi mamá en un corredor hablando con el teniente de turno. El ordenanza me abrió la puerta, mi mamá me tiró un reproche, yo sonreí haciéndome el pendejo. Después el sermón sobre la propiedad y el honor familiar. ¿Qué dirán tus tíos? Y además, ¡con libros de esos!

La vida cotidiana se fue tragando el mal paso, todo quedó sepultado. Pasaron los años, las ilusiones se fueron limando, las ganas de comerse el mundo y a todo el mundo, también.

Cuarenta años después, por aquellas cosas de los trámites regulares, una mañana lluviosa, me citó la Autoridad Competente con amabilidad a una entrevista. ¿Autoridad Competente? ¿Entrevista? Yo no salía de mi asombro. Más por curiosidad que por cortesía, me presenté en la sede de los oficiales, que tan pronto me identificaron me invitaron a pasar sin hacer cola, y luego a seguir a un cuarto pequeñito donde había un escritorio, una cámara secreta y un asiento cojo. Cuéntenos —me dijo la Autoridad Competente—, ¿qué hizo usted después de salir de la universidad? Queremos complementar y aclarar una información pendiente. Accedí divertido a detallarle mi hoja de vida. Quizá —pensé— el señor oficial tiene intereses especiales o está escribiendo una tesis sobre Mayo del 68. No, doctor —me dijo como si me hubiera leído el pensamiento—, no se trata de nada de eso; como queda dicho, queremos llenar un blanco en un sumario, obsesiones, lo sé, pero es que usted —agregó con solemnidad— estuvo acusado de narcoterrorismo. Me reí. No se ría mucho, que la cosa es en serio: hay una investigación administrativa interna, vigente, doctor —repitió—, vigente. Simple: el robo de libros revolucionarios sumados al de un manual de farmacología hicieron pensar a las autoridades lo que aún piensan. ¡Que es grave! No lo tome a la ligera. La investigación terminará, sin duda, pero está vigente. Hay fallas, lo sé. En nuestro sistema, como en los listados de clientes morosos que llevan los bancos, los nombres entran, pero no salen. En realidad, para mí, el detalle tiene un mero significado anecdótico. Pero hay autoridades caprichosas que temen que con lo que está pasando, todo puede volver a pasar. Ya lo llamaremos en la hora debida. Mil gracias.

Salí atónito de la entrevista. Y continúo atónito.

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